Jueves, 25 de Abril Villa Gesell

Literatura geselina

Lunes, 21 de Agosto

El escritor Ismael García presenta el cuento "Matilde y la abeja"

El escritor geselino presenta la tercera entrega de cuentos. Son de su autoría y recibieron importantes reconocimientos entre los lectores.

Matilde y la abeja 

Matilde no podía quejarse, lo tenía vedado. Un mero ceño fruncido y la abeja la atacaba. «Cómo puede pasarme algo así, qué tipo de maldición es esta» se preguntaba con una impostada sonrisa. A veces, cuando se despertaba, tenía picaduras. Por suerte, no siempre tenía pesadillas. En pocas semanas había divorciado a la casa de todo tipo de visitas. Tuvo que dejar de invitar a sus amigas. Debía ponerle coto al dilema. Su madre tenía una obsesión con las cosas extrañas: brujas, maldiciones, etc. Sólo ella podía ayudarla. Matilde había pensado en apelar por su ayuda, sin embargo, siempre vacilaba porque, simplemente, le parecía que su problema no debía caer en oídos extraños, ni siquiera de sangre. No obstante no podía seguir soportando a las malditas abejas. Matilde decía «qué feo» y la abeja aparecía y la asediaba. Decía «no me gusta» y lo mismo.

Al otro día, después de un pobre y apurado desayuno, llamó a su madre. Le dijo que tenía un problema y que quería verla. «¿Estas embarazada?» dijo la madre y agregó «me alegra; era hora, hija». «No, no es eso » respondió Matilde y la madre no contestó. «Bueno, mañana voy, iré con la tía que hace mucho me dice que quiere verte. Nos vendrá bien ir a Carolina, pues, tiene una tranquilidad bucólica, perfecta. Allá no pasa nada. Todos viven muy bien, relajados» «Claro» le contestó Matilde y se despidieron con largos te quiero.

Matilde se preparó para la visita. Se maquilló, se cortó el pelo y se pintó la uñas. Su madre y tía no podían verla mal. Ella siempre había sido sinónimo de mujer coqueta.

Estuvo el resto del día arreglando la casa. No había nada que limpiar, pero lo hizo igual. El mobiliario quedó brilloso, la cocina como nueva, el baño inmaculado. Se cansó pero no se quejó porque no quería ser molestada por la maldita abeja. Matilde sonrió al ver toda la casa. Pero contuvo una queja en palabra, en gesto, se la tragó. Estaba resuelta a terminar con el problema: a no demostrar amor a la rutina, a la reiteración.

Mirando el reloj, pensó en su madre: la amaba y respetaba mucho, por sobre todo, porque la había criado sola. Su padre era un desaparecido. Tenía una foto de él y recuerdos inventados por años de escuchar anécdotas que su madre le contaba.

Ya están por llegar se dijo y, de repente, dos abejas empezaron a asediarla. «cómo puede ser, no, no » repitió entre lágrimas y corrió por toda la casa, se encerró en el baño, pero las abejas, pese a que estaba todo cerrado, entraron igual. Cuando golpearon la puerta se fueron. Salió después de sacarse la bronca de la frente con una sonrisa y un cumplido: «estás hermosa».

Su madre y la tía le dieron grandes y cálidos abrazos, amén de cumplidos («qué bien que se te ve, estás flaquita, estás hermosa»). Matilde les dijo lo mismo, pese a que ninguna de las dos estaba flaca.

Su madre y la tía se fueron a la habitación y después de escuchar: «tengo el té listo», salieron. Tomaron el té acompañado de una torta de ricotta. Hablaron un largo rato del viaje y de sus vidas. Cuando Matilde advirtió que la madre la miraba inquisitivamente, sin más le contó todo. La madre y la tía se miraron con caras de sorprendidas. «No me creen, creen que estoy loca; bueno, ya lo verán » Se levantó y dijo: «eso no me gusta» y miró hacia atrás y vio como la abeja volaba rápidamente para atacarla. Ella se hizo a un lado y después de sonreír la abeja se fue.

«Ah, hija, pero qué extraño, nunca había visto algo así, esto es horrible» dijo su madre con un tono de enojo, como si mintiera. Matilde advirtió eso y le preguntó a qué se debía tanta calma. Es que su madre se quejaba de todo, hasta cuando le regalaban algo. Matilde le pidió explicaciones. Miró a la tía y vio que esta y su madre cruzaban mirabas de contenida tristeza. Matilde se levantó y con una mirada de enojo les pidió explicaciones. Pese a que esperaba el ataque de la abeja, esto no sucedió.

Su madre se armó de valor y le contó todo. «Yo no dejé a tu padre por otro, tu padre se exilió en España. Él nunca supo que tuvo una hija. Matilde empezó a llorar, a dejarse asediar, ahora, por una tristeza fuerte, como si fuese vieja y con experiencia. A Matilde le temblaron las manos, transpiró en la frente y no pudo hablar. Era la primera vez que se sentía afásica. La madre continúo hablando: «tu padre se enteró que era padre hace poco, poco antes de morir. Lo siento, hija». Su madre procuró acercarse, pero hizo un alto al ver que la tristeza de su hija dejó lugar a un odio, odio en mirada, en puños cerrados. Su tía le dijo: «sí, yo lo sabía, lo siento.» La madre continuó: «tu padre era un señor mayor, murió a los 80 años, le conté de vos porque estaba enfermo y me llamó. No sé cómo consiguió mi teléfono. Se llamaba Horacio y era apicultor». Matilde abrió los ojos, comprendió todo y sonrió. «Supongo que tu padre no quiere que te quejes o quería que supieras la verdad» dijo su madre con los ojos cerrados por la vergüenza. Matilde asintió y, deliberadamente, dijo: «mierda, qué porquería» y ninguna abeja la atacó.

La madre y la tía se retiraron después de escuchar una y otra vez: «váyanse, quiero estar sola». Al otro día, su madre y su tía se fueron. Matilde las despidió con abrazos, pero sin palabras.

Más info del autor en: https://ismaelgarciaweb.wordpress.com  

Dejá tu comentario