Viernes, 26 de Abril Villa Gesell

Literatura geselina

Martes, 26 de Septiembre

El escritor Ismael García presenta el cuento "Prohibido no odiar"

El escritor geselino presenta su cuarta entrega, en el marco de la presentación de sus escritos. Un cuento que habla del odio, cautivante y muy recomendable.

Prohibido no odiar 

Audrey era una mujer que tenía todo lo que quería: un excelente trabajo, hermosa familia, un novio bueno, exitoso y apuesto y un gran estudio* propio que había comprado con mucho esfuerzo. También tenía a París. Pero un día, por un motivo, que supo después, empezó a odiar a una planta: un muguete que tenía en el balcón. Ella estaba sentada leyendo, apoyó el libro en el regazo, miró la planta y le pareció perfecta. «Te odio» dijo y se levantó como si le hubiesen gritado. Audrey se asustó de sus propias palabras, porque se dio cuenta que, por primera vez, odiaba algo. Estuvo más de una semana guardando el secreto. Sólo lo sabía su diario íntimo. Un día, cuando Pierre, su novio, le preguntó una seguidilla de «qué te pasa», ella le contó la verdad. Pierre, que era filósofo egresado de la Sorbona, la entendió. Le dijo que era normal odiar. Aunque añadió que no a una planta. Audrey le contó que se paraba en el balcón, la miraba y la blasfemaba: «mala, hija de puta (nadie nunca la había escuchado algo tan soez) cómo podes soportar todo: invierno, verano, viento, etc.» Cuando Pierre escuchó esta frase, que Audrey repitió con orgullo, se dio cuenta que su novia no estaba bien. El muguete era la némesis de Audrey. Pierre descartó Botanofobia cuando Audrey le confirmó que sólo le pasaba con esa planta.

Una tarde, Audrey le contó a Pierre que tenía ganas de matar a la planta, como si se tratase de una persona. Esto asustó a Pierre. Y en los días ulteriores Pierre confirmó que su novia estaba mal y que había empezado a mentirle, pues, Audrey le respondía con muchos («estoy bien») Y ella era locuaz y nunca se expresaba con pocas palabras. Pierre la visitó, pese a que ella quería estar sola y encontró la mentira en el cuerpo de Audrey: la vio en los ojos brillosos, luego, en los labios que se juntaban, apretándose y, por sobre todo, en los puños que se cerraban, cual púgil. Pierre le pidió que dejase de mentirse. Audrey aceptó el rol de mentirosa, aceptó la necesidad de apelar por ayudar. Pierre le dijo que su madre había hablado con él y que se había dado cuenta de su cambio; le ofrecía la ayuda del psiquiatra de la familia: François. Éste había atendido a su padre, a su tío, a ella misma. François aceptó ir a ver a Audrey. Un par de días después, Audrey tuvo la primera sesión. Audrey le contó todo y, en especial, lo que le hacía a la planta: le ponía mucha agua para ahogarla, la ponía al sol toda la tarde y, dos o tres veces, procuró quemarla. No lo logró, pues, le quemaba una flor y, luego, se largaba a llorar. También le contó algo que ni siquiera a Pierre le había dicho: que tenía pesadillas sobre plantas que la seguían para matarla, que la hundían en la tierra.

Durante un mes, Audrey le contó a François todo sobre su vida personal, familiar y profesional, etc. François entendió que Audrey era otra víctima de las reglas culturales de su clase social. A su madre y abuela les había pasado lo mismo. Ella nunca lo supo.

- ¿Has odiado algo anteriormente? -Le preguntó François, pese a que sabía la respuesta. Audrey contentó:

-No, nunca he odiado a nadie, a nada. No podría hacerlo. Creo que mis valores, es decir, el respeto para con los demás, me lo impide. Es una herencia de mis padres. Ademas siempre tuve dinero y el mundo es muy cruel para llenarlo con odio. Quiero decir: en una sociedad materialista la gente odia más porque le falta ese dinero.

. No creo que me hayan pasado cosas malas, de esas que te obligan a odiar.

¿ alguna mujer de la familia, trabajo, te parece mala?

-No, bueno, Margot, mi jefa.

-¿ qué no te gusta de ella? Le preguntó François mirándola a los ojos, como si fuese él un juez y ella preso.

- Eh...

-Dime la verdad, Audrey, esta verdad te hará bien, será como un baño en agua fría, parece que hace mal, pero no.

-Ella no tiene un posgrado como yo, no es tan buena en lo que hace, triunfa gracias a todo nuestro esfuerzo, pero, te confundís: ni siquiera me parece mala.

-La planta, el muguete, es Margot. Esta claro que te reprimís, que no dejas que el odio exista en vos.

Audrey supo que tenía razón. François continuó hablando:

-Audrey, querida, empezaste a odiar la planta porque, como dije, la planta encarnó a tu jefa. Y como el odio es un fenómeno de autoconservación. Aquello que nuestro yo considera hostil o peligroso, se convierte en objeto de odio: la planta, es Margot. Debes saber que el odio lucha por su derecho a la existencia

- Sí , dijo Audrey y salió corriendo al baño. Lloró, pero cuando volvió al living se sintió aliviada.

François cuando la vio sentada le dijo

-Cuando odiamos mejoramos, comprendemos más lo que somos, nos conocemos más. Hay que odiar, claro, efímeramente. Margot es el comienzo de tu historia con el odio (Audrey se asustó al escuchar esta última frase) y, ciertamente, debes sentirse orgullosa de eso. Creo que, poco a poco, dejaràs de odiar a Margot. Lo haràs si comprendes que sos mejor que ella, que eso es lo importante.

-Claro, es cierto, dijo con alivio Audrey.

-Por otro lado, te recomiendo que tires la planta, que la regales. «Sí, lo sé, odiarás otra cosa. Pero no sabrás cuándo y qué y eso, ciertamente, es bueno. Odiar es tener más libertad » añadió y la despidió con un: «felicitaciones, estás curada.»

Al otro día Audrey le contó todo a Pierre. Éste le dio la razón a François. Le dijo que, desde que había empezado a odiar a la planta, a Margot, habían tenido mejor sexo, que había empezado a hablar, refutar, a enojarse; que la sentía más fuerte. Audrey lo escuchó y, pese a que tuvo ganas de gritarle que no era así, no lo hizo, pero sí le pegó fuerte a la mesa. Pierre no podía creer lo que había visto. Se acercó y la beso. Ella continuó el beso con caricias sexuales poco esperadas. En ese momento se dio cuenta que había cambiado.

Entre lágrimas, Audrey le dio la razón. A la noche, fue al balcón, agarró la maseta y después de mirar el muguete, la tiró a la calle. En los segundos que vio la planta caer en la vereda se sintió muy feliz. Luego miró el cartel del negocio de una mueblerÍa que vendía mobiliario que siempre le había parecido de mal gusto. Con una sonrisa, se dijo dijo: «Ah, siempre detesté ese cartel». En ese momento empezó el segundo capítulo de su atrasada historia con el odio.

*Estudio. En Parìs se llama a los departamentos.

Para más cuentos o información del autor, visitar: https://ismaelgarciaweb.wordpress.com 

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