Miércoles, 24 de Abril Villa Gesell

Opinión | Columnistas

Juan Oviedo, pensador local

13. Notas

La racionalidad moderna posiciono a la matemática para ordenar al mundo europeo tras la cuantificación, ello legalizó lo numeral en ese mundo, así, los números se instalaron para prefigurar una disposición que no sólo representaron a lo real sino que llegaron a ser por sí mismas la realidad, tal como implican las cuantificaciones en el ámbito educativo, donde el orden del 1 hasta el 10 determine lo real de un saber pero nada diga de la capacidad operativa acerca de ese saber, pues la capacidad se halle desligado del ámbito del saber.

En este sistema, el saber y la capacidad implican diferentes ámbitos en la condición de ser estudiantes, especialmente en el secundario, excepto, teóricamente en las escuelas técnicas, pues lo procedimental es algo alejado en aquellas que no poseen orientación técnica, por el cual el contenido que los alumnos tienen para su saber son los textos, libros, documentos bibliográficos y en el caso de carreras terciarias, en estas últimas se implementen pasantías buscando ese saber que implica un "saber hacer".

Esto nos pone frente a una estructura educativa con la tendencia memorística pero también no sólo con contenidos a memorizar sino de ausente reflexión, e instale el hecho del repetir como medida de un saber, que no es más que mero memorizar, así, al momento de examinarse los contenidos sabidos éstos serán repeticiones e instalen el fetiche del repetir como sinónimo de saber.

Tal fetiche provoque la humorada del repetir para no repetir para aprobar las pertinentes materias, entonces, en la repetición hallamos los pasos exitosos de tanta metodología educativa y discurso didáctico, como vía que permite a los alumnos recorrer el triunfante camino hacia el título y a su futura graduación.

Claro está que el trasfondo ideológico aludido es el del enciclopedismo, corriente del s. XVIII que enfatizó el aprendizaje de contenidos ante la importancia del conocimiento científico, si bien vanguardia en aquella época, hoy su vigencia ideológica ya haya sido superada, sin embargo, su sedimento es más que actual, y por ello no se cuestione el sentido mismo del saber en las aulas, porque ¿a qué se llama saber?

En primer lugar, hablamos de información acerca de hechos, datos, de lo que pensó este, ese y aquél, ideas, fechas, nombres, conceptos, cultura general a título de información, donde la mente del estudiante se encuentra subordinada hacia aquellos datos, así funciona el sistema y segundo, en algún momento del año los alumnos deberán comunicar esos contenidos y ahí toparnos con una suerte de alquimia del saber, pues la información se transforma en saber (un saber al cual que no se le exige hacer alguno), y se le adose una calificación representándolo.

Y momentos de abocarnos a esa calificación llamada nota, que legitima el grado de la capacidad memorística en cada alumno (dejemos ya de lado el saber), bajo la categoría del paradigma moderno de la matemática y de lo numeral se determine un orden, ahora, el número no sólo aprueba sino que jerarquiza según su significado, ponderando no sólo lo escolar sino lo social también porque los 10 (diez) impliquen la excelencia y los 1 (uno), lo más bajo en ambas escalas. 

Entonces, ¿que se califica?, la cantidad de información que el estudiante posee, contiene, y su cabal capacidad de asimilar y de repetir, de introducir en su memoria la información curricular que le exige el sistema, esa capacidad ¡es lo que se califica!

Pero tal información quede desligado del verdadero sentido del saber traducido en la capacidad del hacer, en este punto la ideología positiva se encuentra a sus anchas, pues repetir será el método de medir que posiciona la información como saber, con un mudar más que interesante, que las pasadas víctimas son hoy los presentes victimarios, hablamos de esos jóvenes que sufrieron en su etapa de alumnos lo mismo que ellos ahora como profesores reproducen y con una competencia a futuro llamada Internet. Algo que puede poner en tela de juicio ese papel exiguo de trasmisores de información, y les reduzca la tarea a medir la información bibliográfica asimilada en los alumnos, instrumentando la numeralidad como legalidad objetiva de una cultura memorizada.

Ahora, esa capacidad del repetir para no repetir, será ineficaz cuando en la futura profesión, al egresado, se le exija todo lo contrario, que opere, piense y actúe según los retos que el hacer de su profesión le impone, y que lo pone en contacto inmediato con la realidad y momento donde la bibliografía y teorías, junto a los autores no tienen incumbencia alguna ante la única verdad de toda profesionalidad: "los hechos de la realidad que siempre son lejanos a los escolares".

Y que nos señala el hiato entre un egresado y un profesional, el egresado de sociología, antropología, filosofía etc., no lo hace sociólogo, antropólogo, ni filósofo sino que ellos deben hacerse en el contexto social en donde residen, lejos, alejados del cobijo de las aulas, y acostumbrados a tal comodidad áulica la mayoría de los egresados ejerzan sus títulos en docencia o llevados por una salida laboral, su profesionalidad quede reducida a ser funcionales a un sistema reproduciendo ese sufrir.

Lo dicho, postula, enfatiza, acentúa la NO correlatividad entre información y capacidad, algo que nos señala ese oscuro proceso que nos lleva a la conciencia y que los sistemas educativos junto a disciplinas positivas creen que la abordan o la determinan desde la información impartida, en especial, cuando la primera (información) no lleva a la segunda (conciencia), y representación cabal de lo que decimos lo encontremos en las niñas madres con sus embarazos no deseados, en posesión de una información y un saber "qué embaraza".

El sistema educativo de la Argentina al ser algo cerrado en sí mismo y autista de la realidad total, en cierto modo, informa a aquellos que pertenecen a él, expende títulos válidos para sí mismos en autocomplaciente hacer.

¿Entonces?, será preciso algo nuevo, otro horizonte que hoy no está presente en las estructuras escolares actuales, con hambre de verdad por saber, conocer, cuestionar por parte de los alumnos, una revolucionaria praxis que destituya al fetichismo reinante de la buenas notas, desde la urgencia por pensar y del no repetir pensamientos ajenos, en la importancia del discutir, debatir, reflexionar pero en especial, todo esto alejado de los contextos áulicos, fuera de las aulas, lejos de los claustros académicos, bien metidos en los lugares en donde se vive, registrando hechos y confeccionando documentos, desde el disenso y ejercicio feroz de una elucidación unida, a una sensibilidad afín a un POETIZAR.

Juan Oviedo, pensador local

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