Viernes, 19 de Abril Villa Gesell

Opinión | Columnistas

Juan Oviedo, pensador local

San Valentín

El delirio siempre fue víctima de lo normal, éste jamás permitió que volara libremente y cuando lo hizo, fue ante los funcionales ritos chamánico o acción oracular de aquel tiempo, después, lo encarcelo como algo anormal en el psiquismo humano y enclaustrado en nosocomios fue dilecta presa de lo psiquiátrico en el siglo XIX, pero el delirio no se entregó fácilmente, él resistía hace tiempo cuando nació mimetizado en formas que lo real, no pudiera sospechar de su presencia, se camuflo en lo imponderable que habita en ilusiones y sueños, como también en anhelos y deseos, platonizo al mundo y le asesto un golpe atemporal a todo lo real de aquel tiempo al no participar de lo visible ni ser medible por ningún sentido, y generar las condiciones del plasmar de Eros.

Si, el delirio y la locura posicionaron en el mundo un alucinar único, el amor y los amantes en la tierra entera.

La aventura de la rosa sin porque como señora de todo encuentro fue el mayor acto lucido de la locura morando en el mundo, prohibió el casamiento y el procrear familiar, por dos cosas, el amor no es instrumental y el delirio de los locos no hacen caso a los mandatos por tener su propio sentido y ser sumisos a ellos.

Y la eterna paradoja volver a emerger al abolirse la prohibición de la lúcida locura, cuando lo real instalo un tipo de enajenación afín a ella, lejos de las fauces de lo psiquiátrico, posiciono la norma y desplatonizo al amor, lo hizo de carne y hueso, lo hizo mensurable, lo hizo pareja, matrimonio, descendencia, lo instrumentalizo.

El delirio ya no fue más en la tierra.

Lo real otorgo objetividad a lo visto y autorizó presencia de los mandatos e instrumentar a todo lo viviente, a la flor por la belleza, a la flor para ser vendida pero jamás a la flor por sí misma, porque cada sí mismo si o si serían determinados como un fin, un objetivo, una finalidad a la que sí o si se debía llegar, nada tendrá en sí mismo algo independiente de lo que pueda significar, lo asignificativo, el porqué sí, lo azaroso, fueron expresiones vacías en consonancia con los delirios o la muerte de lo vivo y por lo tanto, ausencia de lo real.

Pero el delirio volvió a resistir, no se entregó mansamente a la locura enajenante que los poderes del mundo intentaban inculcar, posiciono la eterna paradoja que nos hubo de recordar y salvarnos del acechante olvido, las preguntas que toda paradoja nos suscita cuando experimentamos "la distancia como presencia", "el cortejar de la soledad", "el silencio que nos habla"," la ausencia que nos acompaña", "el instante vuelto eterno" o la quimera con su ser, quimera porque la metáfora al hacerse vivencia, nos hable de la insolvencia de lo real e inutilidad de su sí mismo al no poder significar la elucidación que lo paradojal implica..

Que hizo que el amor solo reine en los selectos delirantes, los que construyen cielos en donde existen páramos, el mundo en donde solo existe uno, el momento del idilio por el cual solo los locos podrán crear y por lo tanto amar, incomparable inocencia de niño junto al delirio poético por hacer especiales a aquellos que deambulan por este mundo sin ser vistos, ni oídos y vagar desapercibidos como tal.

Ahí, en lo oculto de las cosas, yacer ese susurro silente en la noche más profunda y el alma ser presa del escozor más hondo ante el desvelo por cierto advenir.

Y cuando suceda, hacer caso omiso a lo epocal del amor como felicidad, bienaventuranza o camino hacia la dicha, todos desatinos que lo real instrumenta, un destino incontrolable ante el fulgor cuando llega a la vida de mujeres y hombres.

Entonces, si solo lo vivo muere, análogamente, vivir el amor, ¡también lo agote!
Por ello ciertos nombres se pierdan para siempre, en apócrifo y cotidiano decir .......... ya no vulneren o el mudar de San Valentín con su delirio a cuestas.

Juan Oviedo

Juan Oviedo, pensador local

Más columnistas

Ver Archivo